La siguiente escena la vivo repetidamente desde hace 25 años, lo cual empieza a ser ya bastante tiempo:
Un día cualquiera termino de dar mi clase, y me dirijo a la recepción para despedir a los alumnos que se van retirando de la práctica. Después de abrir la puerta, me siento en el escritorio, desde donde saludo y soy receptivo a alguna duda o comentario:
Yo: ¡chau X1 / X2 / X3 !
X1: ¡hoy estaba re-duro!
X2: ¡ufff, estaba durísima!!
X3: ¿cómo hago para estar más blando? ¡Soy de madera! …
Como en la película “El día de la marmota”, en donde el personaje vive el mismo único día, una y otra vez. Me llama la atención.
El tono es de autocrítica intensa, a la vez que de disculpas hacia lo que se supone deberían haber hecho.
Simplemente resalto la insignificancia de valorar la clase por una cualidad que tiene que ver con una condición del cuerpo. Condición que va y viene, dependiendo de muchos factores.
Mi practica solo es buena y aceptable si me abro de gambas como un/una stripper. ¿No podemos ver algo más allá?
En efecto: la práctica debe ser valorada en otro plano. El cuerpo decae; lo dejamos atrás.
¿Por qué no valoramos la experiencia interna que nos da la clase? Sería más rico y “productivo” a largo plazo. El entrecomillado en “productivo” busca justamente resaltar la ironía de usar esa palabra ahí.
Para empezar a entender que hay un plano diferente, en donde las formas y “aperturas” tienen un valor cercano a cero.
Ser en la postura. Presencia. Nada más.