¿Cómo hice para enseñar a enseñar?

Entonces, retomando la pregunta de la nota anterior… ¿Cómo transmitir la experiencia si del otro lado no hay experiencia? Es decir, cómo un profesor puede transmitir su experiencia, lo que sabe y aprendió a lo largo de miles de horas de trabajo a otra persona, si no hay práctica?

Por lo pronto, el receptor y futuro profesor tiene que estar bien preparado, ya que la tarea de enseñar requiere responsabilidad. Pero ¿Se puede medir esta “calidad del receptor” con un programa estandarizado de bajísima o nula intensidad? ¿Con qué examen?

Entonces para mí la pregunta era: ¿Cómo hacer para enseñar a enseñar? ¿Es posible, hay un método, una guía, algo que transfiera todo lo que yo sé y fui acumulando durante todos estos años de trabajo y práctica? En definitiva ¿Cómo encontrar “la forma” para transferir esa (mi) experiencia?

El enfoque tradicional no me parecía serio. ¿Para qué llenar a las personas de información inútil que después iban a repetir como loros perpetuando el ciclo de no saber creyendo que saben? ¿Qué sentía yo que iba a ser una forma útil? Algo que iba a dejar al “aprendiz de profesor” con un conocimiento real de todo lo que ocurre en un espacio de práctica de Yoga.

Estuve muchos años esperando una respuesta y la tuve accidentalmente con algo que leí de la Edad Media sobre la forma de trabajo de los gremios.

Ahí supe que esa era mi forma, el uno a uno, con paciencia, sin materias a rendir, sin fecha de terminación, sin programa, sin datos, práctico, sin lastre. Algo artesanal, sin un plan prefijado, que contemplaba a la persona que tenía adelante. Entendiendo el proceso, sin tiempos ni presiones.

La primera experiencia fue con Luciana. Ella habia insistido bastante antes de que la “respuesta medieval” apareciera.

Se mudó desde Córdoba y tomó un verdadero compromiso. Estuvimos un año y medio. Aprendió todo. Sin presiones, sin el reloj contando; yo sentía que me iba a demorar todo el tiempo necesario para que la tarea sea hecha. Cuando sentí que estaba lista, terminamos el periodo de formación. ¿En qué me basé para hacerlo? La sensación, clara e inequívoca, de que ya sabía.

Fue una inmersión completa de práctica personal, asistencias, conversaciones “casuales” después de cada práctica, además de barrer, limpiar, cobrar, atender, acomodar, estar, ver, señalar cosas puntuales, asistencias, ver, hablar, estar, relacionar, ver, estar, fueron miles de horas de trabajo con situaciones reales…

Y terminó enseñando acá, en el Centro de Ashtanga por algunos años. Hoy lo hace en Puerto Madryn. Siguieron Paula y después Johanna, quienes tambien enseñaron acá. El tiempo de transmisión nunca fue menor al año y medio, casi diariamente en algunos momentos. Y el compromiso de todas fue completo.

Esa fue la manera que encontré para transmitir mi experiencia y sentir que sirve y es recibida. Produce pocos profesores por década. No es rentable, lo hago gratis. No es veloz. No sé cuándo termina, no hay certificados, no hay garantías de nada.

Estoy en paz. Enseñé y aprendieron. Hoy yo sé que ellas saben; podría dejarles el Centro de Ashtanga totalmente a cargo. Ese es mi “examen” interno. Siento que podrian resolver cualquier situación que se les presentase.

Además hay una valoración interna mía, completamente ajena al “yo” cotidiano, que me dice |sabe — no sabe|. No podría nunca esconder esa voz, o sensación. Que creo viene de algún lugar verdadero.

Ricardo Filomena

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